Sábado 17 de marzo 2018, 8:15 horas. Con algo de nerviosismo que corría por las venas, estaba esperando en el lugar acordado.
La mañana estaba fría y el café ayudaba a combatirlo. ¡Por mi cabeza pasaba el listado de cosas que debía chequear: presión de los neumáticos, aceite de motor y transmisión, estanque lleno, herramientas, abrigo suficiente! Al parecer estaba todo listo, sólo faltaba que llegaran los otros miembros del grupo.
Se trataba de mi primera experiencia viajando en una moto. Ciertamente era un desafío grande pues se trataba de una motoneta de apenas 150cc. Que nunca había salido de Santiago, nunca había sobrepasado los 80 o 90 km/h, y mucho menos, tratar de cubrir los 170 kms. que nos separaban de la playa de Papudo.
Todo parecía listo. La motoneta y el piloto estaban preparados para emprender, el que sería, su primer viaje de “largo aliento”.
Poco a poco, comenzaron a llegar los demás miembros de grupo. No sabía cuántos serían. Finalmente, el grupo ya estaba listo para zarpar rumbo a Papudo. Sólo salimos 4 motos desde el punto de reunión, pues nos encontraríamos con otros Vespistas más adelante.
¡Grande fue mi sorpresa, al darme cuenta que mi “Morena” de 150cc era la moto con motor más chico del grupo! Si a eso se sumaba mi inexperiencia en este tipo de aventuras, el desafío sería grande.
Pese a lo anterior, todos respetaron mis limitaciones, ajustando las velocidades a este novato. ¡El concepto es, “el más lento marca el ritmo”, lo que se agradece!
Los primeros kilómetros estaba tenso. Debía seguir el ritmo del resto de las motos. Mantener la formación en forma de Z, etc. Poco a poco, esa tensión fue dejando espacio a una mayor seguridad al manejar y una complicidad con mi Morena. Después en unos kilómetros – que no fueron pocos – comencé a disfrutar esta nueva experiencia.
Con esa filosofía, pudimos cruzar cuestas (Las Chilcas y El Melón). Recorrimos pequeños valles como Catapilco y finalmente navegamos junto al mar. Subiendo y bajando pequeñas colinas, cruzando balnearios hasta llegar a Papudo.
Finalmente comprendí todo el potencial que podían tener mis 150cc. Me di cuenta que mi Vespa Primavera, no sólo estaba hecha para distancias cortas dentro de la ciudad. Y advertí que con prudencia y conciencia de los límites de cada uno, se podían recorrer muchos kilómetros.
Cuando comprendí lo anterior, comencé a gozar esta aventura. A gozar la intimidad que te regala el silencio. Gozar los distintos escenarios que te entrega la naturaleza. Aprovechar ese tiempo para revisar el día a día. ¡En ese paraíso sólo estamos mi Morena y yo!